Ray Charles: la vida a contraluz del genio que hizo del dolor música y no necesitó sus ojos para transformar el sonido en soul

Ray Charles: la vida a contraluz del genio que hizo del dolor música y no necesitó sus ojos para transformar el sonido en soul

De su infancia atravesada por el dolor, la pobreza y la ceguera, nació una de las voces más poderosas del siglo XX. Inventó el soul, rompió las barreras raciales y fue símbolo de independencia artística. Murió el 10 de junio de 2004

El niño quedó inmóvil frente al cuerpo de su hermano George, que lentamente se ahogaba en la bañadera donde su madre lavaba la ropa ajena. Ray Charles Robinson tenía solo cinco años y ese día, aunque todavía podía ver, el mundo se volvió definitivamente oscuro para él.

Vi a George caerse en el balde. Pensé que estaba jugando. No entendí que se estaba ahogando hasta que ya era tarde. Me paralicé. Nunca pude perdonarme por no haber hecho nada”, describió en su autobiografía Brother Ray (1978), escrita junto al periodista David Ritz. Dos años después, una enfermedad degenerativa —un glaucoma no tratado— le arrebató la vista por completo. Pero algo más había quedado marcado en su memoria: el sonido del agua de aquel balde de metal, el grito ahogado de George y el silencio posterior. El oído se le afiló, como si le hubiera anticipado que la música, todavía lejana, empezaba a tomar forma en su interior y sería la que lo ayudaría a sanar ese dolor y a convertirlo en una de las voces más poderosas y transformadoras del siglo XX.

Nació el 23 de septiembre de 1930 en Albany, Georgia, en plena Gran Depresión. Estados Unidos era entonces un país marcado por el hambre, el desempleo y, en el sur, la segregación racial legalizada por el sistema de “Jim Crow”. Ser negro y pobre, en ese contexto, significaba enfrentar un futuro desde el inicio marcado por la exclusión. Quedar ciego, además, parecía una sentencia de muerte temprana o vivir en la marginalidad.

“No tuve zapatos hasta los seis años”, contó Ray en una entrevista con una revista. Nadie esperaba nada de él, excepto su talento. Y fue ese talento el que lo desbordó todo y cambió para siempre la historia de la música. Su vida fue una travesía desde la oscuridad de la pobreza, la ceguera y la pérdida, hasta la cima de la música mundial, donde transformó el dolor en arte y rompió barreras raciales y estilísticas con una voz única. Murió el 10 de junio de 2004, a los 73 años, por una insuficiencia hepática.

Mi madre me enseñó que ser ciego no me hacía menos. No quería que me compadecieran, y no me dejó compadecerme a mí mismo”, revivió esos días que lo marcaron para siempre, décadas más tarde en la misma autobiografía, Brother Ray.

Cuando cumplió siete años ya estaba completamente ciego y fue admitido en la Florida School for the Deaf and the Blind, en St. Augustine. Allí aprendió a leer música en braille, a tocar Bach con la mano izquierda y Beethoven con la derecha. Descubrió a Mozart, a Louis Armstrong y desarrolló una técnica precisa. Aunque tenía todo lo que necesitaba, las clases eran rígidas y muy formales para su espíritu: estaban pensadas para formar músicos disciplinados, pero Ray tenía un fuego interno que iba mucho más allá y la música de sus raíces comenzaba a quemarle los dedos. “Querían que tocara como Beethoven. Yo quería tocar como la gente hablaba en las calles de mi pueblo”, recordaría en su biografía.

Cuando se desajustaba la corbata y regresaba de la escuela a casa, allí sonaba el góspel, el blues, el boogie-woogie. Esa era su verdadera escuela y cada vez que ponía los dedos sobre el teclado de un piano, el mundo se volvía mágico. Aquel silencio de la infancia se convertía en ritmo y la muerte de George en sonido.

A los quince años, en 1945, Aretha murió. Su padre, Bailey Robinson, los abandonó poco después del nacimiento de George. “Después de que mi madre murió, sentí que no tenía a nadie. Ella era mi todo. Mi guía, mi fuerza. Me quedé completamente solo”, revivió el duro momento en el biografía que vio la luz en 1975.

Golpeado por la pérdida, se vio obligado a abandonar la escuela para ciegos y comenzar su vida como músico itinerante. Sin red familiar ni apoyo económico, debió valerse únicamente de su talento, del carácter que ella le había inculcado y de un oído absoluto. Así empezó a forjar la voz con la que, años más tarde, haría vibrar primero a América y luego al mundo. Y aún lo sigue haciendo.

Música + rabia = soul

Durante los años que siguieron, Ray Charles durmió en colectivos, trabajó en giras con bandas de poco calibre y tocó por unos pocos centavos en clubes del sur segregado de los Estados Unidos. Llevaba con él su escaso equipaje: una valija, una taza de aluminio, su don y una voluntad inquebrantable. En esos escenarios improvisados aprendió a moldear su sensibilidad. Absorbía todo lo que escuchaba: Nat King Cole, Art Tatum, Louis Jordan. Aún imitaba estilos, analizaba fraseos y buscaba una voz propia… “No me interesaba hacerme famoso. Quería comer. Quería tocar”, declaró Ray en una entrevista con la National Public Radio (NPR), en 1998, durante un programa especial dedicado a su legado musical.

Aunque parece que ya hubiera vivido dos vidas, recién tenía 17 años cuando se instaló en Seattle y grabó sus primeros discos con pequeños sellos: pese a que el estilo elegante y el contenido de Cole, la música que hacía todavía no tenía su huella.

El quiebre llegó en 1954 con I Got a Woman, una canción que mezclaba el góspel de su infancia con el blues y el ritmo callejero: fue un escándalo para sectores religiosos que lo acusaron de profanar la música sagrada. El público, sin embargo, lo consagró.