
02 Sep David Lebón cuenta la película de su vida en “La magia de estar aquí”
El guitarrista y cantante, una leyenda del rock argentino capaz de haber compartido grupos con Pappo, Luis Alberto Spinetta y Charly García, publica sus memorias

David Lebón ocupa un lugar central en la historia del rock argentino. Desde sus inicios, se destacó como un músico precoz que recorrió escenarios junto a figuras emblemáticas y participó de las bandas más influyentes de las décadas fundacionales del género en el país. Su trayecto, marcado por colaboraciones con Pappo, Spinetta, Sui Generis y la sociedad musical decisiva con Charly García en Serú Girán, revela no solo talento, sino también una capacidad única para atravesar distintos momentos de la música nacional.En el libro La magia de estar aquí, escrito en colaboración con Marcelo Daniel Fernández Bitar, Lebón da cuenta de sus memorias: recorre ese itinerario personal y artístico con honestidad y una mirada reflexiva, pasando de su infancia en Buenos Aires y su estancia en Estados Unidos a los años de consolidación como guitarrista, cantante y compositor. La obra abre la puerta a historias poco conocidas, familiares, y a la intimidad de una carrera en permanente transformación, que aún sigue en movimiento.
En el prólogo, Pedro Aznar dice: “Los andaluces tienen una palabra para definir esa picardía inteligente, aquel don que no se puede aprender, que simplemente se trae (o no) en el alma. Lo llaman ‘duende’. Eso es lo que derrama David en cada nota. Duende”. A continuación, compartimos un fragmento de este libro, titulado “Una aventura en España”, que permite adentrarse en el universo de uno de los protagonistas fundamentales del rock argentino.

Una aventura en España Un día me llamó Pappo y me dijo que me fuera a España, donde él estaba con Ciro Fogliatta y su cuñado, Corre (Roberto López). Era 1971. Vendí todo lo que tenía y me fui. Viajé desde Ezeiza, y cuando el avión hizo escala en al aeropuerto de Brasil fui al baño, me fumé un porro y me perdí el vuelo. Pensé que el próximo saldría en media hora, pero me dijeron que recién habría otro a la semana siguiente. ¡Y solo tenía cinco dólares y una pastafrola que había hecho la hermana de Ciro para llevarle de regalo!Me fui del aeropuerto con la pastafrola, la valija y el bajo Hanson de ocho cuerdas que me prestó la esposa de Alberto Lara, de Los Abuelos de la Nada. Me acordé de la palabra “aventura”, que siempre usaba Pappo, y pensé: “Voy a tener que hacer alguna aventura”. Entonces pedí a un taxista que me llevara al hotel más barato que existiera cerca, y me llevó a un lugar que era realmente un desastre. Tenía un hambre que me moría pero no quería comer la pastafrola de Ciro porque di mi palabra. Soy así. Me fumé los cigarrillos del cartón de Jockey que llevaba encima y al otro día decidí ir a la embajada. Me inventé una historia para que me ayudaran, pero al final no la usé porque apenas llegué me vio un futbolista argentino que me reconoció y me dijo: “¿Qué hacés acá, David?”. Le conté que tenía que ir a un festival en España para tocar con Los Gatos, “y si no voy vamos a quedar como el culo, nosotros y la Argentina”. Me llevó a hablar con el cónsul, me presenté como Oscar David Lebón, porque en esa época usaba los dos nombres, y me dijo: “Ah, yo también me llamo Oscar, entonces debés ser un buen tipo”. Levantó el tubo, llamó a Aerolíneas y dijo: “Me bajan el primer tipo de primera, que va a ir este señor”. ¡Ni tuve que mostrar el pasaporte!
Llegué a Barajas y estaban esperándome Ciro, Pappo, Corre y un músico a quien luego le ocupé el lugar en la banda. Nos dio departamento, comida y todo, pero lo echaron y entré yo. Me acuerdo que cuando llegué me sacaron la pastafrola, se la morfaron adelante mío y no me dieron ni un pedazo porque se enteraron de que había viajado en primera clase. Les conté la historia y se cagaban de risa.
La cuestión es que al rato no teníamos departamento ni nada de lo que Pappo me había contado; era todo mentira. Dormíamos en Plaza Mayor y a la mañana venían los que lavaban las calles y te mojaban, con valija y todo. Mendigábamos, limpiábamos baños y lavábamos platos para vivir. Teníamos un panadero que por suerte nos daba leche, o sea que hacíamos caca blanca porque lo único que comíamos era leche y pan. Teníamos 50 pesos argentinos, que era un montón, pero nadie te los cambiaba. ¿Qué hicimos? Nos fuimos al Rastro, que es un mercado de pulgas, y vendimos unos mocasines de corderoy que estaban como nuevos, un casete de John Mayall que estaba buenísimo, y otras dos o tres cosas más. Con eso nos fuimos a comer una tortilla, que te la daban entre dos panes. Me comí dos y estaba que vomitaba; nos cayó mal porque todos estábamos reflacos y se nos había cerrado el estómago.A todo esto, fuimos a parar a un barrio que se llama Santa Ana, que era el peor de Madrid, donde todos se picaban y estaban tirados en la calle, un desastre. Por suerte Pappo no paraba de joder, entonces nos reíamos mucho. El único que estaba medio como tirado era Ciro, pero cuando teníamos un show se tocaba todo. En el balcón de enfrente vimos que había dos chicas yanquis muy bonitas, entonces Pappo me dijo: “Colonio, ¿vamos de aventura?”. Las invitamos y salimos a comer al restaurant que había abajo, donde sabíamos que hacían mejillones a la provenzal porque el olor te mataba. En el medio de la cena les contamos que no teníamos un mango y que veníamos a tocar rock. Les hablé en inglés: “We don’t have a penny, we don’t know what to do, we are hungry. We like to dance, we can take you out tonight”. Les contamos la verdad y se recoparon, nos pagaron todo, comimos y fuimos a bailar. La pasamos bomba y ellas se iban al otro día, así que no hubo siquiera onda. Volvimos a la madrugada y le llevamos los restos de la cena a Ciro, para que comiera algo. Nos cuidábamos mucho entre nosotros.
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